El ridículo mensaje de abstinencia sexual persiste en la prensa escrita
Mientras sigamos viviendo mitologías en nuestra sociedad, seguiremos cosechando el desastre que vemos. Es hora de terminar con el mito de la abstinencia sexual en los adolescentes.
Normalmente, no leo La revista de El Universo, porque me resulta el material de lectura más insulso del planeta (por favor, ¿fotos de muebles?). Pero de vez en cuando me topo con una gema digna de discusión.
Esta vez, es un artículo de Ángela Marulanda titulado ¿Por qué fracasa la ‘educación’ sexual de los jóvenes?. Es una pieza conservadora sobre la educación sexual que no dice nada y al mismo tiempo tiene muchas palabras. Con esto me refiero a que tiene muchas frases de opinión, pero ni una sola de estas opiniones está fundamentada en descubrimientos científicos.
Les cito:
No creo en el éxito de ninguna iniciativa para solucionar un problema [...] Y los programs o campañas educativas que incluyen como solución ante todo informar a los jóvenes subre sus derechos sexuales y sobre los métodos anticonceptivos a su disposición [...]
Lo que Ángela nos está diciendo es que la educación sexual debe usar palabras como “aamoooor” y “abstineeeeencia” más frecuentemente que palabras como “condón” y “embarazo no deseado”.
¿Cuáles son los resultados de las “campañas de educación sexual” de ese sesgo? Veamos el ejemplo que los estadunidenses nos han dejado después de cientos de millones de dólares desperdiciados en una estúpida campaña de abstinencia:
Es decir, cientos de millones de dólares tirados a la basura.
En los países donde la gente es menos bestia, en contraste, la gente recibe educación sexual práctica desde temprano — desde cómo funcionan sus órganos sexuales hasta cómo prevenir situaciones peligrosas como embarazos y SIDA — y deja a los padres (quienes son los únicos llamados a educar con ideologías y valores) la tarea de decirles a los hijos para qué debería ser el sexo. Allí, por supuesto, sí se ven resultados positivos: menos embarazos no deseados, menos abortos (aun cuando resulte paradójico) y menos pobreza.
No son los colegios los llamados a indicarles a los muchachos para qué es el sexo. ¿Por qué? Porque con eso no se consigue más que perpetuar los tabúes que han persistido por siglos desde la Reina Victoria. Porque con ello sólo se consigue asociar un sentido de humillación al sexo por diversión — que, dejémonos de pelos en la lengua, es practicado por la mayoría de personas sin ningún problema. Porque ahora que ya tenemos algo de madurez como sociedad y a través de la ciencia, hemos entendido que el sexo no sólo cumple una función reproductiva y una función de pareja, sino que también puede cumplir una (¿noble?) función lúdica.
De hecho, este tema hace un cameo en el artículo citado:
La falta de una formación ética y moral cimentada en el respeto a la vida que ha sido suplantada por una filosofía hedonista centrada en “gozar la vida” a como dé lugara, gracisa a lo cual se hacen más esfuerzos por enseñarles cómo tener relaciones sexuales que cómo no tenerlas
Ay, Ángela, si fuera tan fácil que lo que uno se imagina fuese cierto, yo sería millonario. La razón por la que se hace esfuerzos para enseñarle a la gente a tener sexo es elementalmente simple: porque cuando no se le enseña a la gente, la gente hace estupideces. Estupideces como tener sexo sin condón. Estupideces como ser promiscuo. Estupideces como salir embarazados de niños no deseados. Estupideces como enfermarse de SIDA. Porque en el fondo, existe ese deseo animal, y mal o bien, de una u otra forma las personas buscarán satisfacerlo.
Esa es la realidad — la gente seguirá teniendo sexo (especialmente los adolescentes, porque ¿quién más ansioso que un adolescente? ¡Hagan memoria!) — y ningún montón de consejos “no tengan sexoooooooo, peligrosoooooooooo” va a evitar que esto pase. Preferible enseñarle a la gente evitar los peligros del sexo irresponsabale, a pretender decirle a la gente que no lo tenga (lo cual les va a resbalar como agua al pato).
Hay otrs perlas en ese artículo:
Todo apunta a que lo que necesitan las nuevas generaciones para protegerse de los problemas que se les pueden acarrear sus relaciones sexuales prematuras o promiscuas es, entre otras, crecer rodeados de una cultura mediática más sana y decente que les ayude aa integrar el sexo con la belleza del amor cultivado a la luz del respeto y la fidelidad.
Un momento… ¿cuál es este “todo que apunta” del que habla Ángela? Ah, claro, todas las ideas erróneas del artículo sobre cómo funcionamos los seres humanos. Porque los descubrimientos de los últimos 30 años en materia de psicología demuestran conclusivamente que cuando la gente tiene acceso más fácil a material mediático sexual (porno) se reducen las violaciones y los actos sexuales perversos (no, un blowjob no califica como perverso, por si acaso). Y lo mismo podemos decir de los materiales violentos. Claro, un niñito chiquito que ve un asesinato en televisión obviamente no va a estar preparado para ello, pero para un adolescente consciente de 13 años esas imágenes hacen las veces de sucedáneos y reemplazan la violencia.
Pero no necesito ser un genio para darme cuenta de esto, porque yo lo he vivido. Yo soy un hombre de la cultura del porno gratis en Internet y de los juegos sangrientos como DOOM. Y no soy asesino ni violador, ni le pego a las mujeres. Y todos mis amigos son iguales — y tampoco son asesinos o violadores. Y otras personas que conocí con actitudes mucho más santimoniosas (como las de este artículo) que no jugaron DOOM, y dijeron no ver porno en Internet, andan por ahí con hijos ilegítimos, poniéndole los cuernos a sus mujeres, robando y mintiendo.
Oh, cierto, en Internet hay toda clase de porno gratis. ¡Gratis! Y para todos los gustos. OK, realmente, algunas de las cosas que hay dan asco. Pero, a diferencia de lo que propone Ángela, a mí no se me ocurre prohibir el acceso a esa información (que a fin de cuentas, esa es la solución/tesis que propone el artículo) — yo no vivo con esa ansiedad irresuelta de querer que la televisión, las películas y la Internet sean todos lugares lindos de Barney con nubecitas, calificados PG-13. No.
Las cosas como son. A la gente le gusta el sexo y la violencia. Si eso te molesta, entonces estás fregado porque estás lidiando con la realidad. Esta es mi receta para ser buen persona, padre y educador: Si lo que está en la tele no me gusta, apago la tele. Si lo que está en el teatro de cine me ofende, me voy. Si mis hijos consumen algo que no me parece, entonces — en lugar de prohibírselo — es mi trabajo darles criterio para que eso que consumen no los perjudique.
Es estúpido tratar de ponerles estándares de “decencia” a los medios, porque lo que es indecente para unos, no lo es para mí, y viceversa. Se los juro, si yo estuviese a cargo de poner estándares de decencia a la tele, en la tele no habrían políticos sino sexo, porque para mí es elemental que mentir y robar es mucho más grave y peor ejemplo que tener sexo. Permítanme avanzarles una idea que tengo: la decencia está obsoleta, porque la gente ha destruido el significado de la palabra. Ya dejó de ser decente el trabajo honrado. Ya dejó de ser decente el servicio público sincero. Dejaron de ser decentes los matrimonos que se aman. Hoy, por “decente” entendemos “cualquier cosa que no tiene sexo”. Desde esa perspectiva, ¿sirve para algo la palabra “decente” estos días? ¿O es una paja mental que estorba, cuando deberíamos estar más que nunca ocupados con la ética?
Por supuesto, no estoy esperando en lo más mínimo que este contundente y fundamentado artículo cambie la opinión de la autora del artículo que hace media hora leí — porque, como verán, Ángela no está hablando desde argumentos científicos comprobados sino desde sus ganas de creer que sus propias ideas son ciertas. No cabe la menor duda de que Ángela está de lo más convencida de que su “plan de educación sexual Barney” funcionará, pero no por mucho creer en algo, éste algo mágicamente se materializará.
Y escribir desde las creencias personales de uno (en mi opinión) no es periodismo. Me indigna que este artículo pase por periodismo y llegue a tantas personas. Me indigna que, existiendo la oportunidad de presentarle a la gente material genuinamente educativo y progresista, la gente que está pagando reciba ideologías y recetas fracasadas, fraudulentas y regresistas en su lugar. Pero, bueno, no me sorprende — sólo hay que ver las barbaridades que salen en el infame Dr. Tecno, y las otras estupideces rayanas en lo fraudulento que escriben sobre “medicina alternativa”.
Honestamente, qué mala que es La revista. Hace años que me rendí y dejé de intentar de sacar algo de provecho de la prensa escrita. Y ustedes también deberían evitarla. Mejor léanme a mí — yo escribo más, creo más polémica, lo que escribo lo hago por amor a la palabra (nadie me paga) y finalmente acá no hay fotos de muebles. ¡No hay fotos de muebles!